Entre urnas y algoritmos: el fascismo como tabla de salvación del capital
La nueva victoria electoral de Donald Trump y del movimiento reaccionario que acompaña a su figura, el llamado trumpismo – es decir, el fascismo abierto en los Estados Unidos – se ha enmarcado en la conocida estrategia de intentar generar cierta histeria colectiva entre la clase trabajadora.
Acusando al Partido Demócrata de comunista, al proletariado inmigrante de comer mascotas o a China de haber propagado intencionadamente la COVID-19 como parte de una guerra biológica, el criminal reconvertido a presidente ha conseguido alzarse con la victoria gracias a que el socialfascismo, encarnado en el Partido Demócrata, ha perdido más de siete millones de votos. Nuevamente, la derecha del sistema gana porque una nada desdeñable masa de votantes de la izquierda del sistema se abstiene. Seguramente, motivados por el rechazo a que su candidata sea una auténtica criminal de guerra que tiene las manos manchadas con la sangre de proletarios palestinos, saharauis, afganos, iraquíes, libios, sirios, yemeníes, ucranianos y rusos.
La derrota de Kamala Harris no tiene, por tanto, que entristecer a nadie con conciencia de clase. El Partido Demócrata es el partido de Wall Street. Es el partido del aparato militar. El partido de las deportaciones masivas, de la separación de los niños migrantes de sus padres y el de los asesinatos de proletarios negros a manos de la policía. El partido del muro de México y de los asesinatos con drones. Es el partido del sionismo y uno de los máximos responsables de poner al proletariado internacional en la antesala de la Tercera Guerra Mundial. Resulta degradante y bochornoso como hay quienes creen que se puede construir un movimiento progresista y de cambio social dentro de uno de los partidos del imperialismo estadounidense.
Las elecciones estadounidenses, al ser las entrañas mismas de la bestia del imperialismo, nos permiten extraer lecciones muy importantes que se replican en otros eslabones de su cadena imperialista. En primer lugar, vemos que la socialdemocracia no solo es el ala moderada del fascismo, sino que su inoperante acción en el gobierno coloca la alfombra roja para la victoria democrática del ala más reaccionaria y anticomunista de la oligarquía, sin necesidad de ninguna marcha sobre Roma, golpes de estado o guerras civiles. Algo que tiene su réplica en el corazón de la Unión Europea, donde el inestable gobierno del socialfascista Olaf Scholz se tambalea y abre una oportunidad de oro para los fascistas de AfD.
Es interesante observar, en segundo lugar, a capitalistas y explotadores como Elon Musk lanzándose decididamente a controlar la política de forma directa, perdiendo millones de dólares con tal de hacerse con el dominio de las redes de información modernas. Si antaño se decía que la libertad de prensa era la voluntad del dueño de la imprenta, ahora debe entenderse exactamente lo mismo con los algoritmos y las cámaras de eco en redes sociales, que buscan derechizar constantemente al usuario. Algunos conocidos políticos de la izquierda burguesa como Yolanda Díaz han optado por mudarse a otras redes como Bluesky, mientras que otros defienden permanecer en Twitter como si de una trinchera se tratara. No obstante, la lucha contra el fascismo no se libra en redes sociales ni en las urnas, tampoco reformando el criminal Estado burgués, sino con la organización, la disciplina y la militancia, creando estructuras de contrapoder obrero donde el Partido Comunista sea la herramienta genuina de lucha que barra para siempre el viejo mundo capitalista por medio de la guerra civil revolucionaria.
Como ya ocurrió en 2016, los socialdemócratas de todo pelaje se llevan las manos a la cabeza porque ha ganado el criminal de guerra que es un reaccionario en cuestiones sociales, y no la criminal de guerra feminista y progresista. De hecho, Trump es un auténtico degenerado que no debería ver más luz que la que entra por la ventana de una celda. Para los fascistas, la victoria de Trump es la confirmación de que se está derrotando al espantajo que han creado con la Agenda 2030. A los comunistas no nos pillan desprevenidos estos análisis maniqueos. Lo preocupante viene cuando estos errores se replican también en organizaciones que se autodenominan comunistas, las cuales parecen creer que el próximo gobierno de Trump trae consigo la apertura de la caja de Pandora. No, el fascismo no murió definitivamente con la victoria del glorioso Ejército Rojo, como tampoco vuelve a la vida con el trumpismo. Esta concepción es fruto de analizar la realidad partiendo de la superestructura y no de la estructura, consecuencia de los vicios introducidos por el marxismo occidental.
Decía el camarada Lenin que «el siglo XX señala el punto de viraje del viejo capitalismo al nuevo, de la dominación del capital en general a la dominación del capital financiero». Este cambio en la base económica, que provocó la transformación del capitalismo de libre competencia al capitalismo monopolista, trajo consigo, forzosamente, una transformación de la superestructura como consecuencia del cambio operado en la estructura del modo de producción capitalista. Según el mismo Lenin, «en el aspecto político el imperialismo es, en general, una tendencia a la violencia y a la reacción». La libre competencia y el capitalismo mercantil fenecieron, fueron enterrados por el capitalismo monopolista, por el capital financiero, por el imperialismo, que con su desarrollo conlleva una transformación de la superestructura.
Iniciado el periodo de la Crisis General del Capitalismo, el cual arranca con el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917, se abre el periodo del derrumbamiento revolucionario del capitalismo y su desgajamiento. Desde entonces, la contradicción fundamental que rige el mundo es la contradicción entre el socialismo – la aspiración máxima del proletariado internacional – y el imperialismo – la aspiración máxima de los monopolios – y bajo estas condiciones históricas es que la burguesía ejerce su dominación violenta y reaccionaria bajo las formas y métodos del fascismo.
Es importante tener también muy presentes los análisis del camarada Dimitrov y sus excelentes aportaciones en el estudio del fascismo para el VII Congreso de la Komintern: «El fascismo no es una forma de Poder Estatal, que esté, como se pretende, “por encima de ambas clases, del proletariado y de la burguesía”, como ha afirmado, por ejemplo, Otto Bauer. No es “la pequeña burguesía sublevada que se ha apoderado del aparato del Estado”, como declara el socialista inglés Brailsford. No, el fascismo no es un poder situado por encima de las clases, ni el poder de la pequeña burguesía o del lumpenproletariado sobre el capital financiero. El fascismo es el poder del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de cuentas terrorista con la clase obrera y el sector revolucionario de los campesinos y de los intelectuales. El fascismo, en política exterior, es el chovinismo en su forma más brutal que cultiva un odio bestial contra los demás pueblos». El fascismo no es un simple cambio de un gobierno burgués por otro. No es la sustitución del genocida Joe Biden por Trump, como tampoco lo sería sustituir a los socialfascistas del PSOE y sus lacayos de Sumar/IU/PCE/Podemos por un gobierno de PP-VOX. Estos errores impiden al proletariado revolucionario movilizar correctamente a las amplias masas trabajadoras en la lucha contra la burguesía capitalista.
El fascismo es la tabla de salvación de la reacción, de la burguesía en la crisis general del capitalismo. La tabla a la que lleva agarrada la burguesía desde hace casi un siglo. Y la burguesía está agarrada a dicha tabla de salvación porque es consciente que está en los estertores de su criminal régimen y de su criminal existencia. El fascismo es un poder precario, es un poder con pies de barro, hundido en el cieno de la corrupción y que está totalmente quebrado. Es la constatación de que estamos en la fase histórica donde lo viejo debe terminar de morir y lo nuevo, el socialismo, debe imponerse. Por ello, el fascismo es la única vía que tiene el capital financiero para mantener en pie su sistema caduco, corrompido y quebrado. Al pueblo trabajador únicamente le queda el derecho a la revolución contra un sistema criminal que lo explota y asfixia constantemente.
El socialismo es la única salida que tiene género humano, el único sistema que puede resolver los males que hoy nos azotan, y así lo acredita la historia, pero su instauración no vendrá caída del cielo, sino que será producto de la acción revolucionaria del proletariado que únicamente puede producirse por la existencia del Partido Comunista, instrumento que lleve a las masas el socialismo científico y que las dote de un programa y una táctica para derrocar al capitalismo dentro de la necesaria Revolución Mundial.
Madrid, 22 de noviembre de 2024
SECRETARÍA DE RELACIONES INTERNACIONALES DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA OBRERO ESPAÑOL (P.C.O.E.)