El antimarxismo moderno

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Anquilosado, trasnochado, pasado de moda e inmovilista, son los calificativos más benevolentes que la apología burguesa, científicos prostituidos, la Iglesia y los reformistas, falsos portadores de las teorías superadoras les dedican al marxismo, al que designan como una doctrina válida tan solo para el periodo histórico que media entre Marx y Lenin. Para los sabios autores de los numerosísimos libelos contrarrevolucionarios, el testimonio fehaciente de que el marxismo ha recorrido ya el último tramo de su existencia, nos lo ofrece el retorno al capitalismo de los antiguos países socialistas.

Para Francis Fukuyama del Departamento de Estado de los Estados Unidos, los conflictos sociopolíticos que se desarrollaban en el interior de la URSS durante el año 1990 serían, sin discusión, los últimos pasos de la evolución ideológica de la humanidad, la demostración palpable de que el marxismo ha quedado obsoleto. En contraposición, sería la señal inequívoca de “la universalización de la democracia liberal occidental como forma final del gobierno humano”.

Desde Marx y Engels hasta nuestros días ha llovido mucho, revoluciones sociales e involuciones, períodos de pérdidas de la fe y etapas de recuperaciones de la religiosidad, llenan las páginas más densas de la historia humana, pero sobre todo, se constata el avance imparable de las ciencias. Tras la caída del “ateismo soviético”, el liberalismo económico imperante propone el llamado pensamiento único actualmente en trance de conformación, que expresa los intereses de la globalización económica, política y militar. La ciencia, en vez de hacer caso omiso a su llamada y proseguir con su inmaculado viaje, ha preferido mirar de reojo al sistema burgués que la subvenciona. Y al calor del dólar, una pléyade de científicos se ha envilecido, a cambio de recibir bonificaciones que les ayudan a vivir mejor. En los últimos quince años se han editado en los EE.UU. decenas de libros que persuaden al lector por su autoría “científicos de los Estados Unidos” y también por sus títulos un tanto tremendistas y llamativos en los que con sorprendente jactancia aparecen en armonía las antinomias antes irreconciliables “Dios… ciencia” “Big ban… Dios” etc… Libros que vienen a refutar la dialéctica materialista con el propósito de alejar a los lectores de las influencias del marxismo.

Por otro lado, los introductores de las teorías superadoras han levantado el vuelo aventados por la delicada situación de un Movimiento Comunista Internacional, que ensimismado en sus problemas internos, es incapaz aún, de reaccionar ante sus acometidas ideológicas, dando ocasión a su engreimiento que se materializa en la proliferación sin precedentes, de opúsculos, documentos, ensayos y celebraciones de conferencias que confirman la superación de determinados principios marxistas.

Una tal situación nos compromete a los comunistas a realizar un esfuerzo intenso y renovado inaplazable. De lo contrario, de seguir agazapados a la sombra de la crisis, sin activar nuestras energías con el mismo ardor con que lo hacen nuestros enemigos, contribuiremos sin desearlo al éxito de los argumentos más detractores de sus críticas.

El marxismo, no obstante, es una razón objetiva que tiene vida propia, independientemente de la capacidad de reacción que demostremos sus seguidores, porque entraña sus raíces en la realidad de un universo mutante y cuestiona científicamente las bases económicas de un capitalismo insatisfactorio y contranatural. El hecho es que, después de tantas adversidades y de tantas veces enterrarlo, la influencia que el marxismo ejerce sobre el pensamiento moderno es tan notable aún, que merece la máxima atención de los que pronosticaron hace tiempo su defunción. ¿Por qué, si el marxismo está muerto, existe la obsesión por refutarlo?

La visión de un marxismo inanimado se enturbia cuando se somete a un examen pormenorizado y sistemático la obra de sus principales hacedores, Marx, Engels y Lenin, de la que se desprende una interacción sintetizadora y a la vez armónica entre la teoría y la praxis. Esta actitud reflexiva y de síntesis emana de la dialéctica que lleva impresa en cada uno de sus postulados. No se puede ni se debe afirmar (salvo en el supuesto de un interés inconfesable) que los fundamentos del marxismo se hallan prisioneros de la rigidez absoluta de sus objetivos. Marx, Engels y Lenin demostraron, una vez tras otra, que en la aplicación de los principios se deben considerar siempre todos los cambios que constantemente tienen lugar en la sociedad capitalista, del mismo modo que se han de tener en cuenta, también, los descubrimientos científicos a la hora de abordar la fenomenología física.

Pero no todas las críticas que condenan al marxismo proceden de aquellos que celebran su caducidad. También la doctrina de Marx ha de soportar los ataques más virulentos, si cabe, de los que ensalzan su disposición renovadora. Basándose en el talante evolucionista del pensamiento marxista, se emprende la falsaria tarea de superación que se enmascara con la perspectiva del enriquecimiento. Esta tendencia, muy extendida entre algunos sectores de la intelectualidad militante, propone la evolución desde el corazón mismo del marxismo, presuntamente, para curarlo de sus heridas, y con la voluntad de actualizarlo y adaptarlo a las nuevas circunstancias. En conciencia, lo que persiguen no es la actualización de los principios, sino su destrucción, por estimarlos inservibles y sustituirlos por otros que estén en sintonía con sus deseos, extremo éste que llegan a confundir con los cambios políticos que se han producido en la sociedad capitalista. Así, el marxismo por obra y gracia de la adaptación se esfuma, se extingue, sin dejar más huella que la de su nombre como testimonio de su acción regeneradora.

Después de 150 años de intentar desplazar al marxismo las alternativas superadoras no han dado un solo paso concreto. Bueno es reconocer que los seguidores de Marx no hemos alcanzado todavía nuestros ideales; aun así, nadie podrá negar que nuestros esfuerzos y nuestra perseverancia han proporcionado a la historia humana elementos experimentales de gran valor para el futuro. Hoy por hoy, los marxistas-leninistas podemos presumir con la cabeza muy en alto de ser los únicos que hemos puesto cerco a la explotación capitalista. Nuestra indomable vitalidad, como nuestra probada templanza ante las contrariedades y el continuar en pie, después de los fracasos y frustraciones que provocó el derrumbe de los países de la Europa del Este, se deben exclusivamente a la fortaleza de ánimo que la inspira y al poder de convicción que posee la doctrina marxista, que ha hecho del devenir su verdad absoluta, en la que se estrellan las fantásticas elucubraciones del idealismo y contra la que rebotan las reaccionarias apuestas de las opciones renovadoras.

La dialéctica en el pensamiento marxista no se podrá jamás comprender separada de su objeto final, que la distingue de todas las demás filosofías, por ser la única que ha dotado a sus principios de los medios científicos para obtener su objetivo capital: la sociedad comunista. En esto se distingue de la ideología burguesa estricta, absolutamente conservadora y en esto, se diferencia, también, de todas las alternativas superadoras que adolecen de perspectivas revolucionarias.

En la actualidad el discurso en torno a la caducidad del marxismo evoluciona de diferentes formas y lo que en los desconcienzados y en los renegados se convierte en una diatriba, en algunos militantes de partidos obreros se manifiesta como un sofisma. Estos, haciendo mal uso de sus legítimos derechos a aportar razones para la adecuación ideológica y política de sus partidos a los tiempos modernos, en el fondo, se dedican a impugnar su existencia al reivindicar formas de organización extrañas al leninismo, a veces, orillando con el anarquismo y en otras ocasiones lindando con las agrupaciones socialdemócratas.

Los cambios producidos en el mundo con un cargo tan costoso para el Movimiento Comunista Mundial, es un motivo lo suficientemente atractivo para, además, desde nuestras filas, analizar si el marxismo es una teoría anticuada e ineficaz y en su consecuencia, plantear si es necesaria la existencia de una organización marxista-leninista o en su defecto, abogar por la transformación en otro modelo de partido.

El marxismo está vivo

La grandeza del marxismo es superlativa y contra élla colisionan todas las hipótesis sobre su defunción. Desde que Marx y Engels concibieron el materialismo (dialéctico e histórico) como fuente de análisis y como guía de acción de los oprimidos, el marxismo ha tenido que repeler acometidas feroces, procedentes de la burguesía y provenientes de los oportunismos tanto de derecha como de izquierda.

Las épocas en las que las luchas de clases aparecen atenuadas son las más idóneas para el florecimiento de las teorías liquidacionistas, a lo cual ayuda la reconstrucción que se da con carácter continuo en el interior de la clase obrera, observadas y estudiadas ya por Marx, Engels y Lenin, cada vez más complicada por la inclusión de nuevos integrantes (pequeña burguesía arruinada, profesionales, intelectuales, etc.), que en alguna medida llevan consigo las ideas propias de su posición social de origen.

Con todo a su favor, se fortalece la alianza de la burguesía con los políticos pseudos demócratas y con los sectores más reaccionarios de la intelectualidad, sus más fieles acompañantes en el terreno ideológico, quienes se apresuran a sepultar al marxismo que, a pesar de todos los intentos, permanece incólume y con un brío excitante.

Por medio de la filosofía, más que por ningún otro método de análisis, se puede valorar con mayor rigor que el marxismo, lejos de haber desaparecido, está omnipresente en toda la sociedad. Gracias al marxismo las ciencias, la cultura, la moral, han adquirido una dimensión universal y distinta. Es el triunfo apabullante de la dialéctica marxista sobre la metafísica idealista. En el mundo contemporáneo, el avance técnico y científico en la sociedad burguesa no tendría lugar de no aplicarse las leyes de la dialéctica materialista en el proceso de investigación. La Geografía, la Historia y todas las ramas del saber humano ya no se explican de igual manera que antes de Marx. Todas las disciplinas científicas buscan las conexiones de los fenómenos naturales, su interdependencia con el ser humano para percibir las relaciones causales entre ellos. Es la afirmación incontrovertible de que el tiempo, el espacio, la conciencia, es decir, todos los fenómenos naturales, son una propiedad de la materia en movimiento, como asevera el marxismo. Aunque se ha intentado negar el marxismo en virtud de que Einstein escribió la siguiente ecuación: E = mc2 (E: energía; m: masa; c: velocidad de la luz) porque con élla se ha pretendido imponer la hipótesis de que la interacción de las partículas y las antipartículas se convierten en fotones, lo que significaría la destrucción de la materia.

Sin embargo, se ha podido demostrar en contra de lo que defiende el idealismo moderno, que no hay ninguna aniquilación de la materia, lo que sí sucede es el paso o la transformación de una forma de materia a otra, respetándose escrupulosamente la conservación de la masa, de la carga eléctrica, del impulso, del momento del impulso y de algunas propiedades más de las micro partículas. Los fotones, es decir, los cuanta del campo electromagnético, es una forma de la materia en movimiento.

La dinámica que impone el desarrollo de las ciencias desborda los límites de la ideología burguesa, en su consecuencia, los pilares religiosos se resquebrajan y el papel de la Iglesia se hace patético, porque atrapada en su propio drama, es incapaz de interceptar la afluencia de datos, de neutralizar las tesis, y de ocultar los descubrimientos científicos que ponen en tela de juicio la existencia de un espíritu todopoderoso con dominio absoluto del pasado y del porvenir. Hoy más que nunca, la Iglesia solo puede apoyarse para su subsistencia, en la ignorancia de las clases trabajadoras y en el aprovechamiento que de élla hacen las clases poderosas, interesadas en mantener la institución religiosa para adormecer a las masas. La teoría en “vigor” que más adictos ha conquistado, la de la expansión del Universo en aceleración constante, en contra de lo que algunos afirmaban, confirma la materialidad del mundo objetivo y la eternidad de la materia dando la razón al marxismo.

Solo el cinismo burgués puede presentar las teorías marxistas como descubrimientos recientes de la ciencia. Primero sucedió con la teoría del origen del lenguaje hablado y después, con el argumento más relevante de la evolución del hombre que trata de delimitar las fronteras entre el ser humano y el animal. Las investigaciones actuales precisan dicho límite en la interacción de las manos y el cerebro que Engels; ya en el siglo XIX lo dedujo y lo explicitó con su verdadero vocablo: trabajo, o la capacidad para producir los bienes para su subsistencia. (Engels, La transformación del mono al hombre).

El marxismo pujante penetra por todos los poros de la sociedad porque representa la realidad objetiva frente a la falsa moralidad burguesa. Los deseos de una auténtica libertad sexual libre de las trabas económicas y de los prejuicios sociales, entre otros, de la juventud, su desgaire, su pasión por la ecología, su amor por la paz, su rechazo al militarismo imperialista y reaccionario y su conducta, a veces comprometida con los pobres del mundo subdesarrollado, tienen sus antecedentes más directos en la moral marxista. Sin embargo, ningunos de estos anhelos humanistas pueden ser satisfechos, porque los límites que abarcan a la sociedad capitalista lo impiden.

Por todas estas razones, la inevitabilidad de la existencia de un Partido marxista-leninista se expresa de modo acuciante. Un partido que aglutine todas estas energías desperdigadas que corren el riesgo de desintegrarse, si no se les convence de que la cultura que predican y protagonizan no corresponden a esta sociedad. Si no se les persuade de la necesidad de luchar organizadamente contra el sistema que imposibilita la satisfacción de sus ilusiones y que emplea los avances científicos en beneficios de unos cuantos; aunque ello presuponga la degradación ambiental, el hambre para millones de niños, mujeres y hombres y la destrucción de vidas humanas a través de guerras de exterminios. De la necesidad también, de instaurar una sociedad en donde los conocimientos estén al alcance de todos los ciudadanos.

Uno de los pilares en que se basa el materialismo histórico, es decir, la lucha de clases, es objeto de múltiples interpretaciones, todas ellas tendentes a obviar su existencia. En épocas de calma, los teóricos burgueses tratan de restarle importancia, cuando no de negarla, recurriendo al tópico por ellos creado, de que la lucha de clases es un concepto anticuado, que el capitalismo democrático desarrollado ha superado.

Este argumento, clásico ya, se altera cuando la evidencia se impone en los momentos supremos. Entonces, a los ideólogos burgueses y a los políticos de derecha no les importa pasar por antiquísimos y apelan a la supuesta naturaleza humana, recordando al milenario Aristóteles que planteaba la esclavitud como un bien de la naturaleza: Unos hombres nacen para ordenar y otros nacen para obedecer, y ambos son felices si cumplen con su misión.

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