El partido marxista-leninista es fundamental para la emancipación del proletariado

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En cualquier programa de televisión, tertulia de radio, artículo periodístico, libros editados por los monopolios, en definitiva, en toda expresión de la burguesía a través de sus medios de propaganda, hay cantidades ingentes de anticomunismo. 

Por  poner un ejemplo, el pasado miércoles 9 de agosto podíamos leer en la cuenta de twitter de un vocero de la burguesía ibérica lo que recoge la imagen que acompaña a este documento. Y es que Lenin y la Gloriosa Revolución Socialista de Octubre de 1917 siguen siendo el mayor dolor de cabeza de una burguesía que ha acreditado, a lo largo de la historia, su esencia criminal y explotadora y que, a día de hoy, supone un freno objetivo para el avance de la humanidad.  

La Revolución de Octubre de 1917 no sólo ha sido la página más gloriosa que el proletariado ha escrito, no sólo supuso abrir un nuevo periodo histórico, el de la toma del Poder por parte del proletariado, el de la lucha sin cuartel a nivel mundial entre el socialismo y el imperialismo, y su ulterior muerte,  sino que ha proporcionado a los explotados, a los parias de la tierra, a los oprimidos del mundo un inmenso legado: cómo deben organizarse y cuál es la fórmula para derrocar a la burguesía y tomar el Poder y el papel fundamental del Partido en todo ello.

Es por esta razón por los que la burguesía grita a los cuatro vientos, y por todos los medios, gastándose infinidad de dinero en una ofensiva ideológica permanente contra el comunismo, contra la URSS, contra Lenin y, sobre todo contra Stalin que en realidad es arremeter contra Lenin, o contra los partidos comunistas. ¿Por qué se desgañitan reiterando que el comunismo está muerto y que ha sido barrido de la faz de la tierra? ¿Por qué gastan tanto dinero y se esfuerzan tanto en permanentes campañas ideológicas anticomunistas, gastando para combatir a ese muerto del comunismo y de la experiencia soviética? Parece que ese muerto que cada día entierran vomitando mentiras desde las entrañas del anticomunismo, cualidad propia de la reacción imperialista,  cada día está más vivo, y es que cada día el devenir de la historia hace más necesario  el cumplimiento de la misión histórica del proletariado, que no es otra cosa que el proletariado mande al estercolero de la historia al imperialismo, tome el poder de manera revolucionaria para edificar progresivamente el comunismo.

Dentro de la ofensiva ideológica de la burguesía contra el proletariado con el anticomunismo como parte fundamental, también se halla la creación de organizaciones políticas amorfas, oportunistas, con dirigentes vendidos a los monopolios, cuyo objetivo no es otro que el desviar la lucha del proletariado del cumplimiento de su misión histórica, obstaculizar lo máximo posible que la clase y su vanguardia se fundan. Vemos, pues, que la burguesía, a pesar de repetir  hasta la saciedad que el marxismo-leninismo, que el comunismo, es un cadáver, que forma parte del pasado, aparte de estar permanentemente injuriándolo vomitando todo tipo de improperio y vilipendio, está incesantemente  combatiendo al muerto y, fundamentalmente, el desarrollo del Partido Leninista de Nuevo Tipo.

La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. […] Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna […] La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. […] Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado” [1]

Desde el momento mismo en que nació, la burguesía llevaba en sus entrañas a su propia antítesis, pues los capitalistas no pueden existir sin obreros asalariados, y en la misma proporción en que los maestros de los gremios medievales se convertían en burgueses modernos, los oficiales y los jornaleros no agremiados transformábanse en proletarios. Y, si, en términos generales, la burguesía podía arrogarse el derecho a representar, en sus luchas contra la nobleza, además de sus intereses, los de las diferentes clases trabajadoras de la época, al lado de todo gran movimiento burgués que se desataba estallaban movimientos independientes de aquella clase que era el precedente más o menos desarrollado del proletariado moderno. Tal fue en la época de la Reforma y de las guerras campesinas en Alemania la tendencia de los anabaptistas, y de Tomás Münzer; en la Gran Revolución inglesa, los “levellers”, y en la Gran Revolución francesa, Babeuf. Y estas sublevaciones revolucionarias de una clase incipiente son acompañadas, a la vez, por las correspondientes manifestaciones teóricas: en los siglos XVI y XVII aparecen las descripciones utópicas de un régimen ideal de la sociedad, en el siglo XVIII, teorías directamente comunistas ya, como las de Morelly y Mably. La reivindicación de la igualdad no se limitaba a los derechos políticos, sino que se extendía a las condiciones sociales de vida de cada individuo; ya no se trataba de abolir tan sólo los privilegios de clase, sino de destruir las propias diferencias de clase. Un comunismo ascético, a lo espartano, que prohibía todos los goces de la vida: tal fue la primera forma de manifestarse la nueva doctrina. Más tarde, vinieron los tres grandes utopistas: Saint-Simon, en quien la tendencia burguesa sigue afirmándose todavía, hasta cierto punto, junto a la tendencia proletaria; Fourier y Owen, quien, en el país donde la producción capitalista estaba más desarrollada y bajo la impresión de los antagonismos engendrados por ella, expuso en forma sistemática una serie de medidas encaminadas a abolir las diferencias de clase, en relación directa con el materialismo francés. […] Rasgo común a los tres es el no actuar como representantes de los intereses del proletariado, que  entretanto, había surgido como un producto de la propia historia. […] Al igual que los ilustradores franceses, no se proponen emancipar primeramente a una clase determinada, sino, de golpe, a toda la humanidad. […] El auge de la industria sobre bases capitalistas convirtió la pobreza y la miseria de las masas trabajadoras en condición de vida de la sociedad.[…] En una palabra, comparadas con las brillantes promesas de los ilustradores, las instituciones sociales y políticas instauradas por el “triunfo de la razón” resultaron ser unas tristes y decepcionantes caricaturas. Sólo faltaban los hombres que pusieron de relieve el desengaño y que surgieron en los primeros años del siglo XIX ”[2].

Mucho antes de que las revoluciones de la burguesía triunfasen, cuando la burguesía combatía contra la nobleza con el objetivo de acabar con las caducas estructuras feudales, estallaban revueltas y luchas al margen de la burguesía, llevadas a término por lo que sería el germen del proletariado moderno, dirigidas por la idea – o buena intención – de que Dios lo es todo, es la naturaleza y el universo, inculcadas por  curas y predicadores que tenían una visión panteísta del mundo, hijos del humanismo que enlazarán con lo que, posteriormente, fue el socialismo utópico y que,  ya a principios del siglo XVI, aspiraban a construir “el paraíso” en la tierra, y defendían posturas como la abolición de toda la  propiedad privada, la socialización de los bienes y la abolición de los estamentos y la imposición de la igualdad;  mostrando un bosquejo  de la aspiración comunista.     

El siglo XVIII fue un período histórico en el que en el terreno filosófico se produjo una batalla entre la burguesía y la nobleza, de tal modo que  la lucha entre el feudalismo y el capitalismo fue el combate entre la fe y la razón, una guerra entre idealismo y materialismo.

En dicha pugna en el terreno de la ideología, se desarrolló el materialismo francés del siglo XVIII – que superó a la filosofía  inglesa del siglo XVII que reflejaba una alianza entre la aristocracia, la nobleza, y la burguesía.  La“filosofía francesa del siglo XVIII, y particularmente el materialismo inglés y francés, no fueron solamente una lucha contra las instituciones políticas existentes, contra la religión y la teología existentes, sino también y no menos una lucha abierta y declarada contra la metafísica del siglo XVII y, ciertamente, contra toda metafísica, en particular, contra la de Descartes, Malebranche, Spinoza y Leibniz. Se opone la filosofía a la metafísica, de igual manera que Feuerbach había opuesto la filosofía razonable a la especulación exagerada, el día en que, por primera vez, tomó claramente posición contra Hegel. La metafísica del siglo XVII, que tuvo que ceder el sitio a la filosofía francesa y particularmente al materialismo francés del siglo XVIII, tuvo su restauración victoriosa y substancial en la filosofía especulativa alemana del siglo XIX. Después que Hegel la unió genialmente a toda la antigua metafísica y al idealismo alemán, fundando un imperio metafísico universal, al ataque contra la teología, sucedió, como en el siglo XVIII, el ataque contra la metafísica especulativa y contra toda metafísica. Esta sucumbirá definitivamente delante del materialismo perfeccionado por el trabajo de la especulación y coincidente con el humanismo. De igual modo que Feuerbach en el dominio de la teoría, el socialismo y el comunismo de Francia e Inglaterra representan en el dominio de la práctica al materialismo coincidente con el humanismo.”[3]. “La diferencia entre el materialismo francés y el materialismo inglés es la diferencia que existe entre ambas nacionalidades. Los franceses dan al materialismo inglés el esprit, la carne y los huesos, la elocuencia: Le dotan del temperamento que le faltaba y de la gracia. Lo civilizan.”[4].

Con las revoluciones burguesas del último tercio del siglo XVIII y principios del siglo XIX, “El proletariado, que apenas empezaba a destacarse en el seno de estas masas desposeídas, como tronco de una clase nueva, totalmente incapaz todavía para desarrollar una acción política propia, no representaba más que un estamento oprimido, agobiado por toda clase de sufrimientos, incapaz de valerse por sí mismo. La ayuda, en el mejor de  los casos, tenía que venirle de fuera, de lo alto.[…] Esta situación histórica informa también las doctrinas de los fundadores del socialismo. Sus teorías incipientes no hacen más que reflejar el estado incipiente de la producción capitalista, la incipiente condición de clase. […] La sociedad no encerraba más que males[…]. Tratábase por eso de descubrir un sistema nuevo y más perfecto de orden social, para implantarlo en la sociedad desde fuera, por medio de la propaganda, y a ser posible, con el ejemplo, mediante experimentos que sirviesen de modelo” [5].

Y es que la sociedad capitalista y su explotador sistema económico, desde sus latidos iniciales, siempre mostraron que una mayoría de la sociedad, los obreros, los campesinos pobres, eran carbón que la maquinaria capitalista de la burguesía debía quemar viva, nutriéndose de su miseria y de su sangre, para que la burguesía fuera cada día más privilegiada. Como reflejo de las contradicciones del capitalismo surgieron un conjunto de ideas que ponían patentes no sólo estas contradicciones, no solo la podredumbre del sistema que la burguesía estaba imponiendo   y su sinrazón, sino que mostraban  las aspiraciones y anhelos para que  la humanidad avanzara por la senda de “la razón”, donde la igualdad de los hombres fuera ley y se aboliera el sistema de explotación del hombre por el hombre, nace lo que se denomina el Socialismo Utópico.

En 1816, Saint-Simon declara que la política es la ciencia de la producción y predice ya la total absorción de la política por la Economía. Y si aquí no hace más que aparecer en germen la idea de que la situación económica es la base de las instituciones políticas, proclama ya claramente la transformación del gobierno político sobre los hombres en una administración de las cosas y en la dirección de los procesos de la producción, que no es sino la idea de la “abolición del Estado”.”[6]

Fourier maneja la dialéctica con la misma maestría que su contemporáneo Hegel. […] pone de relieve, con igual dialéctica, que toda fase histórica tiene su vertiente ascensional, mas también su ladera descendente, y proyecta esta concepción sobre el futuro de toda la humanidad”[7]

El avance hacia el comunismo constituye el momento crucial en la vida de Owen. Mientras se había limitado a actuar sólo como filántropo, no había cosechado más que riquezas, aplausos, honra y fama. Era el hombre más popular de Europa. […] Pero, en cuanto hizo públicas sus teorías comunistas, se volvió la hoja. Eran principalmente tres grandes obstáculos los que, según él, se alzaban en el camino de la reforma social: la propiedad privada, la religión y la forma vigente del matrimonio. Y no ignoraba a lo que se exponía atacándolos: la proscripción de toda la sociedad oficial y la pérdida de su posición social.”[8]

Saint-Simon, Owen y Fourier fueron los padres del socialismo utópico, e influyeron de manera importante en las siguientes generaciones de obreros socialistas que los siguieron fundamentalmente en Francia, Inglaterra y también, en menor medida, en Alemania. Los socialistas utópicos fueron voces críticas que reflejaban las contradicciones del capitalismo y que ponían en entredicho que la burguesía y que su régimen pretendiera la construcción de un mundo donde la razón prevaleciera. Sin embargo, estas ideas iban por un lado y el movimiento obrero, y sus luchas, iban por otro de manera totalmente desacompasada.

La burguesía tuvo que revolucionar la filosofía para, por un lado, fortalecer ideológicamente a las ideas que robustecieran su caminar revolucionario para hacerse con el Poder y derrocase al Antiguo Régimen y, por otro, atacar tanto al idealismo, a la religión, como  también a la metafísica, puesto que ambas sustentaban las columnas del pensamiento y el andamiaje ideológico del feudalismo.

A finales del siglo XVIII, y hasta prácticamente la mitad del siglo XIX, emerge la filosofía clásica alemana, que nace con Kant y muere con Hegel. El desarrollo económico y político de la burguesía alemana era muy inferior al de  las burguesías francesas e inglesas y, consecuentemente, su dependencia con respecto del feudalismo era mayor, reflejándose  en  la filosofía clásica alemana en su apego a la religión y al idealismo. “Mientras la burguesía francesa se instalaba en el poder mediante la revolución más colosal registrada por la historia y conquistaba el continente europeo, mientras la burguesía inglesa – ya emancipada a nivel político – revolucionaba la industria y sometía a la India políticamente y al resto del mundo comercialmente, los burgueses alemanes apenas habían accedido a la ‘buena voluntad’” [9].

Sin embargo, la filosofía clásica alemana, y más concretamente Hegel, aporta un sistema, la dialéctica, “en el que por vez primera – y ese es su gran mérito – se concibe todo el mundo de la naturaleza, de la historia y del espíritu como un proceso, es decir, en constante movimiento, cambio, transformación y desarrollo y se intenta además poner de relieve la íntima conexión que preside este proceso de movimiento y desarrollo.  Contemplada desde este punto de vista, la historia de la humanidad no aparecía ya como un caos árido de violencias absurdas, igualmente condenables todas ante el fuero de la razón filosófica hoy ya madura, y buenas para ser olvidadas cuanto antes, sino como el proceso de desarrollo de la propia humanidad, que al pensamiento incumbía ahora seguir en sus etapas graduales y a través de todos los extravíos, y demostrar la existencia de leyes internas que guían todo aquello que a primera vista pudiera creerse obra del ciego azar”[10]

De este modo, la tesis de Hegel se torna, por la propia dialéctica hegeliana, en su reverso: todo lo que es real, dentro de los dominios de la historia humana, se convierte con el tiempo en irracional; lo es ya, consecuentemente, por su destino, lleva en sí de antemano el germen de lo irracional; y todo lo que es racional en la cabeza del hombre se halla destinado a ser un día real, por mucho que hoy choque todavía con la aparente realidad existente. La tesis de que todo lo real es racional se resuelve siguiendo todas las reglas del método discursivo hegeliano: todo lo que existe merece perecer.[…] Y en esto precisamente estribaba la verdadera significación y el carácter revolucionario de la filosofía hegeliana”[11]

La revolución de la filosofía dio lugar a  la explosión de la ciencia y el conocimiento humano. Marx y Engels tuvieron la habilidad de enlazar los distintos cabos que la filosofía había aportado a lo largo de los siglos XVIII y XIX: la imposición del materialismo y la dialéctica. Con todos estos elementos, unido a la podredumbre, corrupción y vicios del régimen capitalista, a la explotación criminal e infame de la clase obrera, el movimiento obrero y la progresiva conformación como sujeto político del proletariado, son crean  unas condiciones que tanto Marx como Engels les permite iniciar la construcción del socialismo científico.

De este modo el socialismo no aparecía ya como el descubrimiento casual de tal o cual intelecto de genio, sino como el producto necesario de la lucha entre dos clases formadas históricamente: el proletariado y la burguesía. Su misión ya no era elaborar un sistema lo más perfecto posible de sociedad, sino investigar el proceso histórico económico del que forzosamente tenían que brotar estas clases y su conflicto, descubriendo los medios para la solución de éste en la situación económica así creada. […]  Estos dos grandes descubrimientos: la concepción materialista de la historia y la revelación del secreto de la producción capitalista, mediante la plusvalía, se lo debemos a Marx. Gracias a ellos, el socialismo se convierte en una ciencia que sólo nos queda desarrollar en todos sus detalles y concatenaciones”[12]

Mientras el socialismo utópico era incapaz de explicar el funcionamiento del capitalismo, enseñar en qué consistía la explotación y cómo nacía, ni de dar una guía de cómo abolirla y acabar con el régimen capitalista, el socialismo científico, el marxismo, no sólo desnudó al completo la explotación capitalista y su modelo de producción, sino que era capaz de deducir el devenir de la historia, el desarrollo histórico que había engendrado las condiciones para el surgimiento del capitalismo y el perecer del feudalismo, así como las condiciones que el desarrollo del capitalismo iba engendrando, desde su propio nacimiento, que lo harán desaparecer de la faz de la tierra, así como la clase social llamada a hacerlo: El Proletariado.

Mientras los socialistas utópicos no veían el papel revolucionario y la misión histórica del proletariado, no concebían el desarrollo de la historia como el desarrollo de la lucha de clases, entre otras cosas porque no disponían de las herramientas que aportó la filosofía para ello, tanto Marx como Engels, apoyándose en los avances de la filosofía y, con la dialéctica hegeliana puesta en pie y el materialismo de Feuerbach, “desechando su escoria idealista y ético-religiosa”[13], construyen el materialismo dialéctico, la filosofía del socialismo científico, el instrumento más poderoso de la ciencia, cuya aplicación al estudio del desarrollo de la historia nos muestra no sólo el papel en la historia que le corresponde al capitalismo, sino el papel  o la misión histórica que le corresponde jugar al proletariado. En un periodo histórico, década de los 40 del siglo XIX que es el momento en el que nace el marxismo, donde la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía pasó a ocupar el plano central en la historia de los países europeos más desarrollados.

Marx y Engels arrojaron a la humanidad la luz, la mejor herramienta de análisis pues, hasta entonces, hasta el nacimiento del marxismo, el ser humano no sólo era incapaz de comprender su historia, de estudiar su desarrollo, y de comprender las fuerzas y leyes para su transformación. 

Marx y Engels dotaron al proletariado mundial de un arma todopoderosa, el marxismo. Y de la mano del marxismo viene el instrumento sublime de nuestra clase social, el arma esencial que llevará al proletariado al cumplimiento de su misión histórica, que no es otra que derrocar el capitalismo y construir el comunismo – la sociedad sin clases ni estado. Esa arma es el Partido Comunista.

Tanto Marx, como Engels, formaron parte del primer embrión de organización comunista, el Comité Comunista de Correspondencia de Bruselas que, posteriormente, dio lugar a la primera organización comunista de la historia, La Liga de los Comunistas, organización comunista internacionalista.

En 1848 se publica el Manifiesto del Partido Comunista, documento de una importancia histórica inmensa donde se manifiesta de manera magistral, con una claridad y concisión meridiana, no sólo la historia de las sociedades y la incardinación en la historia del capitalismo, sino también se vuelca en quién tiene que darle la puntilla al capitalismo, el proletariado, al que dota de su herramienta sublime para divulgar las ideas comunistas, el Partido Comunista, al que dota de un programa político, e incluso de su política de alianzas, en aquél momento histórico claro está,  sino que también perfila la definición del Partido Comunista así como su razón de ser.

Los comunistas […] no tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado […] los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario […] El objetivo inmediato de los comunistas es […] constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado. […] El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa.”[14].

Y entre la razón de ser, el Manifiesto del Partido Comunista otorga al Partido también la función de luchar contra las desviaciones del socialismo científico, siendo instrumento de combate de dicho desviacionismo, y de divulgación del socialismo científico entre las masas.

El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el comunismo, un movimiento obrero. El socialismo era, al menos en el continente, muy respetable; el comunismo era todo lo contrario. Y como nosotros ya en aquél tiempo sosteníamos muy decididamente el criterio de que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase misma”, no pudimos vacilar un instante sobre cuál de las dos denominaciones procedía elegir. Y  posteriormente no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella.”[15]

La Liga de los Comunistas participó en los procesos revolucionarios ocurridos en 1848 y 1849, disolviéndose en 1852, como consecuencia de la represión. “Hermanos: Durante los dos años revolucionarios de 1848 y 1849 la Liga ha salido airosa de una doble prueba: primero porque sus miembros participaron enérgicamente en todas partes donde se produjo el movimiento y porque en la prensa, en las barricadas y en los campos de batalla estuvieron en la vanguardia de la única clase decididamente revolucionaria, del proletariado.  Además, porque la concepción que del movimiento tenía la Liga, tal como fue formulada en las circulares de los congresos y del Comité Central en 1847, así como en el Manifiesto Comunista, resultó ser la única acertada; porque las esperanzas expuestas en dichos documentos se vieron plenamente confirmadas, y los puntos de vista sobre las condiciones sociales del momento, que la Liga sólo había propagado hasta entonces en secreto, se hallan ahora en boca de todos los pueblos y se predican abiertamente en las plazas públicas.”[16].

La lucha de la clase  obrera fue incrementándose a lo largo del  siglo XIX, con una participación cada vez más importante del proletariado, que despertaba políticamente, como consecuencia del desarrollo del capitalismo. En este escenario, donde surgieron organizaciones obreras, ideológicamente heterogéneas, crearon las condiciones para el surgimiento de la Primera Internacional. En palabras de Lenin, “La I Internacional (1864-1872) echó los cimientos de la organización internacional de los obreros para la preparación de su ofensiva revolucionaria contra el capital.”[17]. “Después de la caída de la Comuna de París (1871) – que Marx (en La guerra civil en Francia, 1871) analizó de un modo tan profundo, certero y brillante, con un espíritu práctico y revolucionario tan grande – y de producirse la escisión provocada por los bakuninistas, la Internacional no podía subsistir en Europa. Después del Congreso de La Haya (1872), Marx consiguió que el Consejo General de la Internacional se trasladase a Nueva York. La I Internacional había cumplido su misión histórica y dio paso a una época incomparablemente más amplio del movimiento obrero en todos los países del mundo, época en que este movimiento había de desplegarse en extensión, propiciando el surgimiento de partidos obreros socialistas de masas dentro de cada Estado nacional”[18].

La Comuna de París fue una página heroica escrita por el proletariado en la que éste, por primera vez, fue capaz de constituirse en  Poder y aplicó durante un periodo de poco más de dos meses su dictado. Con referencia a la Comuna, el 12 de abril de 1871 mientras que el proletariado francés desarrollaba tamaña hazaña, Marx le escribía a Ludwig Kugelmann “Si te fijas en el último capítulo de mi Dieciocho Brumario, verás que expongo que la próxima tentativa de la revolución francesa no hace pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla, y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente. En esto, precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos camaradas de París […] la insurrección de París, incluso en el caso de ser aplastada por los lobos, los cerdos y los viles perros de la vieja sociedad, constituye la proeza más heroica de nuestro partido desde la época de la insurrección de junio.”[19]. En otra carta de 17 de abril de 1871, Marx le escribía a Kugelmann “Gracias a la Comuna de París, la lucha de la clase obrera contra la clase de los capitalistas y contra el Estado que representa los intereses de ésta ha entrado en una nueva fase. Sea cual fuere el desenlace inmediato esta vez, se ha conquistado un nuevo punto de partida que tiene importancia para la historia de todo el mundo.”[20].

Pese a todos sus errores, la Comuna constituye un magno ejemplo del más importante movimiento proletario del siglo XIX […] Por grandes que hayan sido las pérdidas de la Comuna, la significación de ésta para la lucha general del proletariado las ha compensado: la Comuna puso en conmoción el movimiento socialista de Europa, mostró la fuerza de la guerra civil, disipó las ilusiones patrióticas y acabó con la fe ingenua en los anhelos nacionales de la burguesía.  La Comuna enseñó al proletariado europeo a plantear en forma concreta las tareas de la revolución socialista. ”[21]. Aunque  efímera la experiencia de la Comuna de París, las palabras de Lenin, en enseñanzas de la Comuna,  y  de Marx en las dos cartas a Ludwig Kugelmann bien atestiguan no sólo la heroicidad de aquéllos obreros de París, sino de la importancia del hecho histórico, del salto cualitativo de la lucha del proletariado y la enorme riqueza que le aportaba como clase a su ciencia, el marxismo.

El mismo Marx, a Kugelmann, ya  le expone en su carta de 12 de abril de 1871 que “Si son vencidos, la culpa será, exclusivamente, de su “buen corazón”. Se debía haber emprendido sin demora la ofensiva contra Versalles, en cuanto Vinoy, y tras él la parte reaccionaria de la Guardia Nacional, huyeron de París. Por escrúpulos de concienciase dejó escapar la ocasión. No querían iniciar la guerra civil, ¡cómo si el mischievous avorton de Thiers no la hubiese comenzado ya cuando intentó desarmar a París! El segundo error consiste en que el Comité Central renunció demasiado pronto a sus poderes, para ceder su puesto a la Comuna. De nuevo ese escrupuloso “pundonor” llevado al colmo.”[22]. Es la experiencia de la Comuna la que enriquece la ciencia marxista en la necesidad de un periodo de transición, del socialismo, una vez derrocado el régimen burgués, donde el proletariado debe imponer su dictadura y desde su Estado, el socialista, reprima inmisericordemente a la burguesía hasta terminar con ella. Del capitalismo al comunismo es necesaria una etapa intermedia, el socialismo.  

En un artículo publicado en 1911 titulado “En memoria de la Comuna”, conmemorando el 40 aniversario de la Comuna, Lenin también reflexiona qué cuestiones hicieron que la Comuna no pudiera triunfar, entre las que señalaba “Para que una revolución social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella. Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones. El capitalismo francés se hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un país de pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.). Por otra parte, no existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni sociedades cooperativas. ”[23].

Lenin pone sobre el tapete el papel determinante del Partido para que una revolución social, en nuestro caso, la revolución socialista, triunfe. Y es que el Partido debe ser la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero de masas, puesto que éste, como vanguardia organizada del proletariado, es el portador de la ciencia marxista-leninista puesto que es, como decía Marx, la parte más avanzada y decidida de la clase obrera.  El Partido es el arma fundamental, no sólo para elevar política e ideológicamente  al Proletariado y dirigirlo hacia la revolución y llevarlo a la conquista del Poder sino para, una vez éste lo conquista, dirigir a la clase obrera en la construcción del socialismo, transformándose en ese momento el Partido en la piedra angular que conforma la unidad político, social e ideológica de la nueva sociedad socialista.

El proletariado es un producto del capitalismo, y la ideología de éste está impregnada e influenciada por el pensamiento burgués. Como brevemente hemos visto, el socialismo científico, el marxismo, es una conquista para la humanidad que brota del desarrollo de la filosofía, tomando el materialismo filosófico y el método dialéctico hegeliano, acabando con la metafísica. Sin embargo, hasta llegar a ese momento, el proletariado – como no podía ser de otra forma – fundamentalmente  estaba bajo el influjo de su vida cotidiana, que era totalmente burguesa pues vivía en una sociedad de ese tipo.  Sin embargo, los obreros, también podían tener influencias que provinieran del socialismo utópico, del anarquismo, trade unionistas o economicistas, patrióticas, etcétera. El proletariado, como todo en la sociedad capitalista, es heterogéneo.

Hemos visto que Marx y Engels concibieron una ciencia partidista, siendo el partido el instrumento con el que llevar las ideas del socialismo científico al movimiento obrero, a las masas trabajadoras. Marx y Engels, con referencia al Partido, siempre han tenido claro que, por un lado, tenía que ser un partido internacional, e internacionalista, y por otro lado, que su función tenía que ser la de llevar el socialismo científico al movimiento obrero pues el proletariado es el sujeto revolucionario. La emancipación de la clase obrera será obra de ella misma. “El gran pensamiento proclamado a mediados del siglo pasado por el genial Carlos Marx: ‘La emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma… ¡Proletarios de todos los países, uníos!’ […] De estas palabras se desprendía claramente la verdad, hoy evidente hasta para los ‘ciegos’, de que la realización del ideal socialista exige la acción de los propios obreros y su unión en una fuerza organizada, sin distinción de nacionalidad ni de país. Había que demostrar esta verdad – cosa que hicieron maravillosamente Marx y su amigo Engels – para colocar los sólidos cimientos del poderoso Partido Socialdemócrata, que hoy se levanta, como una fatalidad inexorable, ante el régimen burgués de Europa, amenazándole con la destrucción y con edificar sobre sus escombros el régimen socialista”[24].

Los comunistas somos parte de la clase obrera y el Partido leninista es la parte del proletariado más decidida, más avanzada, la vanguardia de la clase social, porque es portadora del marxismo-leninismo, que expresa los intereses y los objetivos de la misma y se erige en instrumento para la consecución de dicho objetivo de clase de la totalidad, pero no es el conjunto de la clase. “Nosotros somos un partido de clase, y, por ello, casi toda la clase (y en tiempo de guerra, en época de guerra civil, la clase entera) debe actuar bajo la dirección de nuestro partido, debe adherirse a nuestro partido lo más posible; pero sería manilovismo y “seguidismo” creer que casi toda la clase o la clase entera pueda algún día, bajo el capitalismo, elevarse hasta el grado de conciencia y de actividad de su destacamiento de vanguardia, de su partido socialdemócrata […] Olvidar la diferencia que existe entre el destacamento de vanguardia y toda la masa que gravita hacia él, olvidar el deber constante que tiene el destacamento de vanguardia de elevar a sectores más amplios cada vez a un nivel superior sería únicamente engañarse a sí mismo, cerrar los ojos ante la inmensidad de nuestras tareas, restringir nuestras tareas. Y precisamente en ese cerrar los ojos y en ese olvidar se incurre cuando se borra la diferencia existente entre los que se adhieren y los que ingresan, entre los conscientes y los activos, por una parte, y los que ayudan, por otra.”[25]

Lenin siempre vio con claridad la necesidad de construir la organización partidaria, tenía claro que era fundamental “formar una organización revolucionaria capaz de unir todas las fuerzas y de dirigir el movimiento no sólo nominalmente, sino en realidad, es decir, capaz de estar siempre dispuesta a apoyar toda protesta y toda explosión, aprovechándolas para multiplicar y reforzar los efectivos que han de utilizarse en el combate decisivo.”[26].

Vemos, pues,  que el Partido se fortalece, y se desarrolla en la lucha, en movimiento, yendo al movimiento obrero a llevarle la política y la ideología del marxismo-leninismo, con una actitud activa y  de vanguardia, como brújula del proletariado que es.  

El individualismo, la competitividad, la indisciplina, la egolatría, la vagancia, la anarquía no tienen espacio en el partido leninista. Los militantes del Partido, todos ellos con independencia de la responsabilidad que tengan, deben formar parte alguna organización del Partido, rindiendo responsabilidad de su trabajo y su actitud ante dicha organización. Y es que para Lenin el partido no es una suma de individuos, de militantes, sino una suma de organizaciones. “Cuando digo que el partido debe ser una suma (y no una simple suma aritmética, sino un complejo) de organizaciones, ¿quiere esto decir que yo ‘confundo’ dos conceptos: el de partido y el de organización? Claro que no. Al hacerlo, expreso de un modo perfectamente claro y preciso mi deseo, mi exigencia de que el partido, como destacamento de vanguardia de la clase, esté lo más organizado posible y sólo acoja en su seno a aquellos elementos que admitan, por lo menos, un mínimo de organización”[27].

Y puesto que el partido de nuevo tipo leninista es la unión de todas las organizaciones de éste,  su forma de organización y de funcionamiento es el centralismo democrático. Centralismo, con una disciplina igual para todos, con unas leyes comunes y de obligado cumplimiento para todos y con un solo órgano de dirección al frente,  el Congreso del Partido y  el Comité Central en los periodos entre Congresos, de tal modo que todas las organizaciones del partido se someten a estos órganos, así como las organizaciones inferiores se someten a las superiores. Siendo tanto el Congreso, el Comité Central, como los órganos superiores de dirección la expresión de la democracia del conjunto de las organizaciones que componen el Partido. Este modelo de organización y funcionamiento del Partido refleja también el modelo de organización y funcionamiento de la sociedad y del estado socialista.

El partido leninista es el instrumento que porta la conciencia de clase, la ciencia marxista-leninista, a los elementos más avanzados del proletariado. “Los obreros no podían tener conciencia socialdemocráta. Esta sólo podría ser traída desde fuera. La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas sólo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc.. En cambio la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa”[28]. Esa “conciencia traída desde fuera” es la generada y portada por el partido de nuevo tipo, el partido leninista

El partido se va transformando de manera acompasada a la situación de la lucha de clases, como parte del mundo material está también en permanente movimiento. Lenin magistralmente fue construyendo el partido de nuevo tipo, primeramente estableciendo una táctica mediante la que los círculos marxistas  adquiriesen conciencia de la necesidad de focalizar su trabajo ideológico sobre el movimiento obrero, sobre sus huelgas, explicándoles la naturaleza, la raíz de sus problemas, y tratando de unificar las luchas dispersas del proletariado  contra los patronos en una única lucha contra la clase burguesa; esta táctica sobrepasó la capacidad organizativa de los círculos marxistas, también dispersos e incluso heterogéneos, y unió los círculos conformando progresivamente el Partido. Partido cuya influencia sobre la clase obrera  ascendía y que  era la suma de sus organizaciones. El partido fue desarrollándose gracias a la lucha sin cuartel contra las desviaciones, contra el oportunismo, contra los partidos pequeñoburgueses que engañaban al proletariado, se curtió en la Revolución democrático-burguesa de 1905 y de febrero de 1917, en momentos de flujo y de reflujo, en la guerra imperialista y en su conversión en guerra civil revolucionaria. El partido fue forjándose en la lucha, en los momentos de mayor clandestinidad, pero siempre, gracias a Lenin,  los bolcheviques mantuvieron claridad y firmeza ideológica y política. Lenin, conocedor como nadie del marxismo y de la clase obrera y de los mujiks – campesinos pobres – de su país, fue capaz de conformar el Partido, de dotarlo de la organización y dirección adecuadas, de convertirlo en instrumento de lucha del proletariado contra la tiranía zarista, contra la democracia burguesa,  y, posteriormente, en instrumento revolucionario, donde junto con los sindicatos y otras organizaciones del proletariado, llevó a cabo la Revolución Socialista, a pesar de todas las adversidades, construyendo el Ejército Rojo, un verdadero ejército del pueblo trabajador, y finalmente como instrumento con el que  desarrollar el socialismo y la dictadura del proletariado. 

En el período prerrevolucionario, en el periodo de desarrollo más o menos pacífico, cuando los partidos de la II Internacional eran la fuerza predominante en el movimiento obrero y las formas parlamentarias de lucha se consideraban fundamentales, en esas condiciones, el Partido no tenía ni podía tener una importancia tan grande y decisiva como la que adquirió más tarde, en las condiciones de choques revolucionarios abiertos.[…] Este período plantea ante el proletariado nuevas tareas: la reorganización de toda la labor del Partido en un sentido nuevo, revolucionario la educación de los obreros en el espíritu de la lucha revolucionaria en el Poder, la preparación y la concentración de reservas, la alianza con los proletarios de los países vecinos, el establecimiento de sólidos vínculos con el movimiento de liberación de las colonias y de los países dependientes, etc., etc.. Creer que estas tareas pueden resolverse con las fuerzas de los viejos partidos socialdemócratas, educados bajo las condiciones pacifistas del parlamentarismo, equivale a condenarse a una desesperación sin remedio, a una derrota inevitable. Hacer frente a estas tareas con los viejos partidos a la cabeza, significa verse completamente desarmado. [..] De aquí, la necesidad de un nuevo partido, de un partido combativo, de un partido revolucionario, lo bastante intrépido para conducir a los proletarios a la lucha por el Poder, lo bastante experto para orientarse en las condiciones complejas de la situación revolucionaria y lo bastante flexible para sortear todos y cada uno de los escollos, que se interponen en el camino hacia sus fines. [… ] Sin un partido así, no se puede ni pensar en el derrocamiento del imperialismo, en la conquista de la dictadura del proletariado.[…] Este nuevo partido es el Partido del leninismo. […] El proletariado necesita del Partido para conquistar y mantener la dictadura. El Partido es un instrumento para la dictadura del proletariado.[…] Pero de esto se deduce que, con la desaparición de las clases, con la extinción de la dictadura del proletariado, deberá desaparecer también el Partido” [29].

Ello es normal, en la sociedad dividida en clases antagónicas, las clases sociales no son homogéneas, no son bloques compactos. El partido político es la fracción más organizada y decidida de una clase o de un sector social. Todos los partidos políticos del capital, cuyo objetivo es perpetuar el régimen de explotación capitalista, y con él  la sociedad clasista y su estado, ya sea el más democrático o el más reaccionario, pretenden ellos perpetuarse, mas no tienen otra salida. Sin embargo, el partido leninista, el partido de nuevo tipo ideado por Lenin, tiene como misión la consecución del comunismo, de la sociedad sin clases y sin estado y, en consecuencia, sin partido, por lo que el partido leninista debe irse extinguiendo a la par que se extingue la lucha de clases, desapareciendo conquistado el comunismo.

Una constante, tanto en Lenin como en Marx y Engels, es que la cuestión de clase está por encima de la cuestión nacional o la cuestión patriótica, el proletariado es internacionalista y el partido tiene que reflejarlo. Para ellos, el partido debía ser uno mundial que tuviera “delegaciones” en los distintos países del mundo. El triunfo de la Revolución Socialista de Octubre de 1917 tuvo un impacto e influyó en la consecución de un partido comunista internacional de ese tipo, la Tercera Internacional, donde las Tesis de Lenin para el II Congreso de la Internacional Comunista, en julio de 1920, definieron las condiciones de ingreso que aquéllos partidos comunistas nacionales debían de cumplir para formar parte de la misma.

La III Internacional ha sido fundada en una situación mundial en la que ni las prohibiciones ni los miserables malabarismos y triquiñuelas de los imperialistas de la “Entente” o de los lacayos del capitalismo, al estilo Scheidemann en Alemania y de Renner en Austria, pueden impedir que entre la clase obrera del mundo entero se difundan noticias acerca de esta Internacional y las simpatías que ella despierta. Esta situación la ha creado la revolución proletaria, que, de un modo evidente, está tomando incremento en todas partes cada día, cada hora. Esta situación la ha creado el movimiento soviético entre las masas trabajadoras, el cual ha alcanzado ya una potencia tal que se ha convertido en un movimiento internacional.[…] La I Internacional echó los cimientos de la lucha proletaria internacional por el socialismo. La II Internacional marca la época de la preparación del terreno para una amplia extensión del movimiento entre las masas en una serie de países. La III Internacional ha recogido los frutos de la II Internacional, ha amputado la parte corrompida, oportunista, socialchovinista, burguesa y pequeñoburguesa y ha comenzado a implantar la dictadura del proletariado”[30].

Hemos hecho un recorrido a lo largo de la historia para mostrar no sólo la raigambre del partido leninista con la ciencia marxista-leninista, no sólo la necesidad del partido para el proletariado – que es condición esencial y necesaria para el cumplimiento de su misión histórica -, no sólo la génesis científica del partido y de que su definición no es una cuestión del azar sino de la revolución de la filosofía, del conocimiento humano,  y de la riqueza práctica generada por la lucha del proletariado y el movimiento obrero que han servido para perfeccionar la ciencia del marxismo-leninismo. Lo hemos hecho para mostrar que el partido leninista es una de las mayores conquistas del proletariado, es su instrumento más preciado, es su arma más sublime y elevada.  El proletariado sin el partido leninista está condenado a sufrir la explotación capitalista, todo tipo de vejación y de violencia, está condenado a sufrir todas las vicisitudes habidas y por haber, porque sin el partido leninista, sin su desarrollo, el proletariado no podrá nunca conquistar su emancipación como clase, ni podrá dar cumplimiento a su misión histórica: el comunismo, la sociedad sin clases y sin estado.

La Gloriosa Revolución Socialista de Octubre de 1917 nos ha legado el cómo el proletariado debe conquistar el poder, cómo derrocar a la burguesía, cómo iniciar la edificación del socialismo, a pesar de las muchas adversidades encontradas en dicho camino, como por ejemplo la incomprensión y el bajo grado de instrucción y de conocimiento en las lides de tirar hacia adelante las instituciones socialistas por parte del proletariado, y el papel fundamental del Partido, tanto para todo lo bueno que hemos explicitado, como para hacer que implosionara la URSS y se revirtiera el socialismo en imperialismo como consecuencia de su desnaturalización.

Después de haber ampliado así las filas del partido, debemos cerrar las puertas, ser en extremo prudentes. Debemos decir que ahora el partido ha triunfado, no necesitamos nuevos afiliados. Sabemos perfectamente que en una sociedad capitalista en descomposición tratará de introducirse en el partido una infinidad de elementos perjudiciales. Debemos crear un partido que sea partido de obreros, en el que no haya cabida para los advenedizos […] El Partido no puede abrir sus puertas de par en par, porque en el capitalismo en descomposición es absolutamente que atraiga a los peores elementos. El partido debe ser muy restringido e incorporar a sus filas, aparte de la clase obrera, sólo a aquellos elementos de otras clases que tenga la posibilidad de poner a prueba con mayor cautela.”[31].

En octubre de 1917 el Partido Bolchevique tenía en torno a 350 mil militantes, el 1 de enero de 1977 el PCUS contaba con 16 millones de militantes; “El XIX Congreso (1952) destacó la subestimación de éstos y otros serios problemas en el desarrollo del trabajo ideológico del Partido. Los datos oficiales revelan cambios en el número y composición de la militancia del Partido. En el XVIII Congreso (marzo de 1939), el PC(b) tenía 1.588.852 miembros de pleno derecho y 888.814 candidatos. Durante la II Guerra Mundial, el número de miembros de pleno derecho superaba los  3.615.000 y los candidatos superaban los 5.319.000. En la guerra el PC perdió 3 millones de miembros. En el XIX Congreso de 1952, el PCUS sumaba 6.013.259 miembros y 868.886 candidatos”[32]. Sin duda, las advertencias de Lenin sobre la ampliación del Partido eran certeras. La burguesía combatió por todos los medios al Partido en la URSS, los imperialistas gastando ingentes cantidades de dinero y de recursos en combatirla en todos los terrenos – militar, armamentístico, propagandístico, etcétera – y también fue progresivamente penetrando, a través de sus esbirros oportunistas, tanto en el PCUS – donde tras la muerte de Stalin (líder con una fortaleza, carisma y apoyo infinito del pueblo soviético que lo dotaban de una fortaleza que frenaba las intenciones desviacionistas y de desnaturalización del Partido de la parte oportunista en el interior), y con una correlación de fuerza favorable, los oportunistas empezaron a desnaturalizar al partido, abandonando progresivamente los principios rectores leninistas  –  así como a otros partidos comunistas de otros países, siendo un ejemplo claro de ello el PCE.

Se evidencia que el Partido es la piedra angular para que el socialismo se imponga, para que no involucione e implosione. Todo ello lo conoce  la burguesía con gran precisión, por eso no dudan en atacar con todas las fuerzas al partido leninista, porque es plenamente consciente de que el partido es el alma del proletariado, sin el partido leninista el proletariado siempre estará a merced de la burguesía, siempre será carne de explotación. Y también es plenamente consciente que ninguna revolución puede triunfar sin la existencia del partido leninista.

La burguesía sabe perfectamente que la clave de su dominio, de la perpetuación de su régimen criminal y retrógrado, pasa por atacar al alma, al cerebro, al corazón del proletariado, es decir, al partido leninista.

En el momento actual, donde el imperialismo está en bancarrota, donde la crisis es terriblemente profunda y la humanidad no tiene más salida que mandar al capitalismo monopolista, y a la superestructura que genera,  al estercolero de la historia, los monopolios no sólo atacan con ferocidad al comunismo, a su partido, a Stalin – al que la burguesía profesa un odio voraz pues, sin duda, es gracias a su liderazgo, entrega, lealtad al marxismo-leninismo y carisma – reconocido por el pueblo soviético – por lo que fue posible que la URSS perdurara en el tiempo – , sino que no dudan en alimentar económicamente todo tipo de organización oportunista que sirva para desviar al proletariado del marxismo-leninismo, y de su partido. Este hecho se aprecia con mucha claridad en los países del sur de Europa, sacando a pasear sus últimas tablas de salvación, el populismo: Syriza en Grecia, Movimiento 5 estrellas en Italia o PODEMOS en España.

La burguesía no dudará en tratar de frenar lo más que pueda, cometiendo todo tipo de crímenes y barbaridades, el giro de las ruedas de la historia, consciente de su inminente – en términos históricos – final. Ello significa impedir el desarrollo del partido leninista pues sabe que sin él cualquier alternativa a su régimen caduco y criminal es pura fantasía, pura quimera. 

Agosto de 2017.

    

F. Barjas.

Secretario General del PCOE.

Bibliografía:

[1]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo I, pág. 55. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[2]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo III, págs. 65-66. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[3]: K. Marx, F. Engels. La sagrada familia, págs. 142-143. Ed. Akal Editor, Madrid 1981.

[4]: K. Marx, F. Engels. La sagrada familia, pág. 147. Ed. Akal Editor, Madrid 1981.

[5]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo III, pág. 68. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[6]: Ibídem.

[7]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo III, pág. 69. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[8]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo III, pág. 70. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[9]: K. Marx, F. Engels. La Ideología Alemana. Pág. 223. Editorial Pueblos Unidos & Grijalbo, 3ª Edición, Barcelona 1970.

[10]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo III, pág. 73. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[11]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo III, pág. 187. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[12]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo III, pág. 74. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[13]: I.V. Stalin. Obras Completas, Tomo XIV, pág. 54. Ed. Progreso, Moscú 1953.

[14]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo I, págs. 60-61. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[15]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo I, pág. 52. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[16]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo I, pág. 90. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[17]: V.I. Lenin. Obras escogidas, Tomo IX, pág. 169. Ed. Progreso, Moscú 1973.

[18]: V.I. Lenin. Obras escogidas, Tomo V, págs. 77-78. Ed. Progreso, Moscú 1973.

[19]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo II, pág. 245. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[20]: Ibídem.

[21]: V.I. Lenin. Obras escogidas. Tomo III, pág. 135. Ed. Progreso, Moscú 1973.

[22]: K. Marx, F. Engels. Obras escogidas, Tomo II, pág. 245. Ed. Progreso, Moscú 1980.

[23]: K. Marx, F. Engels, V.I. Lenin. La Comuna de París, pág. 107. Ed. Akal, Madrid 1985.

[24]: I.V. Stalin. Obras Completas, Tomo I, pág. 9. Ed. Progreso, Moscú 1953.

[25]: V.I. Lenin. Obras escogidas, Tomo II, pág. 134. Ed. Progreso, Moscú 1973.

[26]: V.I. Lenin. Obras escogidas, Tomo I, pág. 196. Ed. Progreso, Moscú 1973.

[27]: V.I. Lenin. Obras escogidas, Tomo II, pág. 134. Ed. Progreso, Moscú 1973.

[28]: V.I. Lenin. Obras escogidas, Tomo II, pág. 13-14. Ed. Progreso, Moscú 1973.

[29]: I.V. Stalin. Obras Completas, Tomo VI, págs. 58-63. Ed. Progreso, Moscú 1953.

[30]: V.I. Lenin. Obras escogidas, Tomo IX, págs. 169-170. Ed. Progreso, Moscú 1973.

[31]: V.I. Lenin. Obras escogidas, Tomo X, pág. 111. Ed. Progreso, Moscú 1973.

[32]: Resolución del XVIII Congreso del KKE. “Análisis y conclusiones sobre la construcción socialista durante el siglo XX, fundamentalmente en la URSS. Percepción del KKE sobre el socialismo”. Febrero 2008. 

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