El pueblo chileno se levanta contra la sombra de Pinochet
El imperialismo estadounidense, que durante la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) usó a Chile como cobaya para los experimentos neoliberales de Milton Friedman y la Escuela de Chicago, ve como su “milagro económico” se desmorona. Chile posee la distribución de la riqueza más desigual de la OCDE, con las universidades más costosas del continente, con un mercado laboral desregulado, con pensiones de miseria y con un sistema de salud pública quebrado.
Según reveló la última edición del informe Panorama Social de América Latina elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 1% más adinerado de Chile se quedó con el 26,5% de la riqueza en 2017, mientras que el 50% de los hogares de menores ingresos accedió solo al 2,1% de la riqueza neta del país. El sueldo mínimo es de 301.000 pesos (423 dólares estadounidenses) mientras que la mitad de los trabajadores recibe un sueldo igual o inferior a 400.000 pesos (562 dólares) al mes, según el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile.
Asimismo, la salud pública no es de calidad ni cubre todas las enfermedades, por lo que el 20% de la población se ve obligada a recurrir a la medicina privada. El precio promedio de los medicamentos originales no genéricos es de 28,5 dólares, el más alto de la región, según un estudio hecho por la consultora estadounidense IMS Health (IQVIA) publicado en 2018. Y en cuanto al sistema de pensiones en Chile, consiste en un fondo privado al que aporta el propio trabajador, no los empresarios. Un pensionista chileno recibe un promedio de 286 dólares al mes, muy por debajo de los 423 dólares del salario mínimo.
Las contradicciones del capitalismo en Chile y América Latina
Decía el escritor Eduardo Galeano que “la historia del subdesarrollo de América Latina integra la historia del desarrollo del capitalismo mundial”. Latinoamérica ha sido un foco de la geografía internacional que ha sufrido muchas de las más feroces experiencias de opresión de la historia. Remanso de recursos naturales codiciados por un sinfín de imperios, los países latinoamericanos han sido durante siglos colonias saqueadas por el imperialismo español, portugués, holandés, francés, británico y estadounidense.
Con el avance de la historia y el paso del capitalismo ascensional a capitalismo monopolista, el papel que ha desempeñado América Latina en la dominación del capital la ha convertido en el punto de encuentro de las contradicciones fundamentales del imperialismo. Y estás últimas semanas, en Chile, país cuyo proletariado ha sufrido una de las expresiones más despóticas y desreguladas del emporio de la economía de mercado, con la combinación del fascismo pinochetista y del neoliberalismo impuesto desde Washington, ha estallado una crisis del sistema capitalista, que se encuentra en profunda agonía y decadencia.
En la Universidad Sverdlov, el camarada Iosif Stalin expuso en 1924 las principales contradicciones del capitalismo, exacerbadas a niveles extremos en su fase imperialista:
“Lenin llamó al imperialismo ‘capitalismo agonizante’. ¿Por qué? Porque el imperialismo lleva las contradicciones del capitalismo a su último límite, a su grado extremo, más allá del cual empieza la revolución. Entre estas contradicciones, hay tres que deben ser consideradas como las más importantes.
La primera contradicción es la existente entre el trabajo y el capital. El imperialismo es la omnipotencia de los trusts y de los sindicatos monopolistas, de los bancos y de la oligarquía financiera de los países industriales. En la lucha contra esta fuerza omnipotente, los métodos habituales de la clase obrera –los sindicatos y las cooperativas, los partidos parlamentarios y la lucha parlamentaria– resultan absolutamente insuficientes. Una de dos: u os entregáis a merced del capital, vegetáis a la antigua y os hundís cada vez más, o empuñáis un arma nueva: así plantea la cuestión el imperialismo a las masas de millones de proletarios. El imperialismo lleva a la clase obrera al umbral de la revolución.
La segunda contradicción es la existente entre los distintos grupos financieros y las distintas potencias imperialistas en su lucha por las fuentes de materias primas, por territorios ajenos. El imperialismo es la exportación de capitales a las fuentes de materias primas, la lucha furiosa por la posesión monopolista de estas fuentes, la lucha por un nuevo reparto del mundo ya repartido, lucha mantenida con particular encarnizamiento por los nuevos grupos financieros y por las nuevas potencias, que buscan ‘un lugar bajo el sol’, contra los viejos grupos y las viejas potencias, tenazmente aferrados a sus conquistas. La particularidad de esta lucha furiosa entre los distintos grupos de capitalistas es que entraña como elemento inevitable las guerras imperialistas, guerras por la conquista de territorios ajenos. Esta circunstancia tiene, a su vez, la particularidad de que lleva al mutuo debilitamiento de los imperialistas, quebranta las posiciones del capitalismo en general, aproxima el momento de la revolución proletaria y hace de esta revolución una necesidad práctica.
La tercera contradicción es la existente entre un puñado de naciones ‘civilizadas’ dominantes y centenares de millones de hombres de las colonias y de los países dependientes. El imperialismo es la explotación más descarada y la opresión más inhumana de centenares de millones de habitantes de las inmensas colonias y países dependientes. Extraer superbeneficios: tal es el objetivo de esta explotación y de esta opresión. Pero, al explotar a esos países, el imperialismo se ve obligado a construir en ellos ferrocarriles, fábricas, centros industriales y comerciales. La aparición de la clase de los proletarios, la formación de una intelectualidad del país, el despertar de la conciencia nacional y el incremento del movimiento de liberación son resultados inevitables de esta ‘política’. El incremento del movimiento revolucionario en todas las colonias y en todos los países dependientes, sin excepción, lo evidencia de modo palmario. Esta circunstancia es importante para el proletariado, porque mina de raíz las posiciones del capitalismo, convirtiendo a las colonias y a los países dependientes, de reservas del imperialismo, en reservas de la revolución proletaria.
Tales son, en términos generales, las contradicciones principales del imperialismo, que han convertido el antiguo capitalismo ‘floreciente’ en capitalismo agonizante”.
En el Estado chileno se concentran las contradicciones fundamentales del imperialismo en un grado significativo. Chile es el avance más destacado del capitalismo monopolista de Estado en el continente latinoamericano. La acumulación de capital ha desarrollado las fuerzas productivas del país y ha creado masas de millones de proletarios. La economía chilena se encuentra en manos de un puñado de empresas y, en dichos monopolios, el proceso de producción es gestionado de principio a fin por obreros. Los burgueses accionistas ya ni siquiera participan en la administración y solo actúan en la extracción de plusvalía. Los monopolios son el germen de las empresas en el Socialismo, donde no existe el carácter privado de la apropiación del trabajo social, donde ya la burguesía no es propietaria de los medios de producción. Bajo la fase actual del capitalismo, las fuerzas productivas están constreñidas, pues más allá del umbral de los monopolios está el modo de producción socialista. El capitalismo monopolista de Estado ha entronado la omnipotencia de los grandes bancos y de las multinacionales y sus patronales en Chile.
Estados Unidos, la potencia imperialista hegemónica en Latinoamérica, impuso en la Chile pinochetista una política económica que redistribuía todavía más la riqueza a favor de la burguesía y de sus monopolios. El Estado chileno, siervo de la Casa Blanca, puso en marcha una multitud de mecanismos para estimular y acelerar el proceso de exportación de capitales, otorgando miles de millones de dólares de dinero público a las empresas para que estas se internacionalizasen y, con ello, se deslocalizara la producción.
Al tiempo que imponía medidas que conducían a redistribuir la riqueza a favor de banqueros y empresarios y facilitar la explotación y el saqueo de los trabajadores, la burguesía chilena y el imperialismo estadounidense se valieron del aparato represivo estatal y, concretamente, de la fuerza militar de la dictadura de Pinochet para reprimir al pueblo que tiempo antes votó en masa y eligió presidente al marxista Salvador Allende, asesinado en el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. La dictadura de Pinochet fue la criminalización del pueblo ante cualquier acción contra el estado de opresión, explotación y saqueo que la burguesía nacional e internacional imponía con total libertad y que sirvió para desarrollar el capitalismo monopolista de Estado en Chile.
El colapso de la Unión Soviética y del Bloque del Este, unido a las décadas de represión y neutralización de la disidencia en Chile, atomizaron el movimiento obrero y el avance revolucionario del pueblo chileno, concediendo kilómetros de ventaja a la burguesía en la guerra ideológica. Dichos factores permitieron a la burguesía nacional e internacional fortalecer sus posiciones y asegurar sus intereses de clase sin tener que recurrir a una dictadura abierta y facultaron que el Estado chileno heredero de la dictadura adoptase la forma de un régimen aparentemente democrático. Luego, con la profundización y quiebra del imperialismo, la burguesía y su Estado han tenido paulatinamente que avanzar una vez más hacia la reacción, apuntalando el fascismo como forma que adopta la dictadura de la burguesía en este momento histórico.
La crisis en Chile y en otros países latinoamericanos coincide con el momento de debilidad de su dueño y señor explotador, el imperialismo estadounidense, ante el auge de las nuevas potencias imperialistas de los BRICS, encabezadas por China y Rusia. La crisis del liderato monetario de Estados Unidos concurre con la caída de sus reservas petrolíferas y han sido los factores de peso en la actitud y necesidad bélica de la superpotencia imperialista. Lejos de la sedicente lucha por la paz, la libertad y los derechos humanos con las que ha encubierto sus guerras de rapiña, Estados Unidos ha intervenido en más de 70 golpes de Estado para instalar gobiernos títeres y fieles a sus intereses. Ante la crisis de Chile y de sus aliados latinoamericanos, Washington contempla hoy su impotencia y recuerda con nostalgia los tiempos posteriores a la Guerra Fría, en los que fue el imperio y amo absoluto del mundo.
En Latinoamérica, la contradicción entre el capital financiero de Estados Unidos y el de los BRICS, especialmente el de China, se agudiza inexorablemente. La emergencia de las nuevas potencias rusa y china y su deseo de apropiarse de las fuentes de materias primas del continente hasta ahora controladas por Estados Unidos amenaza seriamente los intereses de la superpotencia yankee. La exportación de capital chino a países del ALBA como Venezuela, Nicaragua o Bolivia demuestra la lucha por un nuevo reparto del mundo y revela el debilitamiento del imperialismo estadounidense. Las contradicciones se siguen agudizando y en Latinoamérica se está gestando una guerra interimperialista encaminada a reordenar el mapa político del continente y el sistema económico mundial.
El Estado fascista chileno
El presidente de Chile, Sebastián Piñera, uno de los hombres más poderosos de Latinoamérica, es un multimillonario dueño de una de las mayores fortunas de su país, con un capital estimado de 2.700 millones de dólares en 2017, según la revista Forbes. Piñera es la personificación de los monopolios y del capital financiero en Chile, que no duda en sacar los tanques y asesinar a inocentes para proteger sus intereses de clase.
El estado de emergencia, decretado por primera vez desde la dictadura de Pinochet, se ha cobrado 20 muertos, más de 1.000 heridos y 3.300 detenidos. Con los militares y carabineros en la calle, que anunciaron varios toques de queda en distintas ciudades, las imágenes y vídeos de abusos y actos de represión circularon por centenares. Muchas denuncias por violaciones de derechos básicos hacen referencia a lugares que se han convertido en centros de tortura y llegan a tejer un paralelismo entre la situación actual y lo que se vivió durante el gobierno de facto de Pinochet, cuando hubo miles de personas que se convirtieron en “desaparecidos” a manos de las fuerzas de seguridad. En las detenciones, miles de personas gritan su nombre y apellidos al tiempo que el Ejército se los lleva hacia su furgón, por miedo a desaparecer.
Tremendamente triste. En la dictadura chilena (1973-1990) hubieron miles de desaparecidos y cometieron las torturas más cínicas y obscenas de toda latinoamérica. Por eso gritan sus nombres. Mi pareja está ahí, y estoy cagada de miedo, de rabia y de pena.
Difusión.
La represión encarnizada del Gobierno de Sebastián Piñera pone en evidencia que la dictadura de Pinochet solo cayó en las formas. Al recurrir a las viejas armas que tenía guardadas desde los tiempos del dictador, el Estado ha desvelado que los cimientos políticos, jurídicos y legales sobre los que se sostiene la República de Chile no se corresponden a los de una estructura de poder de una democracia burguesa.
Conviene recordar las palabras de Dimitrov en su informe ante en VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista en 1935:
“El desarrollo del fascismo y la propia dictadura fascista revisten en los distintos países formas diferentes, según las condiciones históricas, sociales y económicas, las particularidades nacionales y la posición internacional de cada país. En unos países, principalmente allí, donde el fascismo no cuenta con una amplia base de masas y donde la lucha entre los distintos grupos en el campo de la propia burguesía fascista es bastante dura, el fascismo no se decide inmediatamente a acabar con el parlamento y permite a los demás partidos burgueses, así como a la socialdemocracia, cierta legalidad. En otros países, donde la burguesía dominante teme el próximo estallido de la revolución, el fascismo establece el monopolio político ilimitado, bien de golpe y porrazo, bien intensificando cada vez más el terror y el ajuste de cuentas con todos los partidos y agrupaciones rivales, lo cual no excluye que el fascismo, en el momento en que se agudezca de un modo especial su situación, intente extender su base para combinar –sin alterar su carácter de clase– la dictadura terrorista abierta con una burda falsificación del parlamentarismo”.
En Chile, la economía, la judicatura, los medios de comunicación, la Policía y el Ejército son herederos de la dictadura de Pinochet. A lo largo de los últimos años, el Estado burgués chileno ha sido capaz de mantener una falsa apariencia de democracia porque las contradicciones todavía se encontraban a un nivel de inmadurez que permitía al Estado sofocarlas y contenerlas, pero nunca resolverlas, sin tener que verse obligado a emplear toda la maquinaria represiva que le permite la legalidad fascista. Sin embargo, el alza del boleto de metro ha sido la gota que ha colmado el vaso, el cambio cuantitativo que ha provocado un gran salto cualitativo de un problema de fondo, de una contradicción más profunda que va más allá de la subida de una tasa. Ha explotado en una crisis que amenaza con romper las costuras del Estado al servicio del imperialismo. Las protestas han forzado a la burguesía a apostarlo todo a la reacción, al fascismo, para contener las reivindicaciones del pueblo chileno y proteger los intereses de sus monopolios y sus bancos. Piñera ha desvelado la verdadera naturaleza del Estado chileno: un régimen fascista.
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El pueblo chileno ha salido a la calle a desatar toda la ira contenida que ha generado la violencia estructural, cotidiana e invisible de la explotación capitalista. Los trabajadores y estudiantes han respondido con la violencia a la que les ha ido sometiendo la burguesía todos los días de sus vidas. Una respuesta cuyas dimensiones se han intensificado tras la despiadada e inmisericorde brutalidad de los cuerpos policiales y militares.
La violencia del oprimido, legítima y motor de cambios sociales y revoluciones, que tiene su origen y parte de la violencia del opresor, nunca ha sido, es, ni será equiparable a la violencia del Estado de la burguesía chilena y de sus monopolios. Una violencia nace como respuesta de la otra. Por mucho que los medios de comunicación del capital criminalicen las protestas y pongan al mismo nivel la brutalidad de los cuerpos represivos del Estado con la respuesta del pueblo, la violencia de la clase obrera chilena nace por necesidad, porque sus carceleros no les dejan ninguna vía alternativa real, y no existiría de no ser por la fuerza bruta de la burguesía y de su dictadura del capital.
Una vida digna en el capitalismo es imposible para la clase trabajadora. Las contradicciones se agudizan y el sistema se encuentra en franca decadencia. No tiene nada más que ofrecer, salvo más miseria, más hambre y más violencia. El futuro es cada vez más gris bajo la dictadura de los monopolios. La clase obrera, en Chile y en el resto del mundo, solo podrá vivir en paz si se organiza y corta de manera revolucionaria la raíz del problema. El proletariado, sujeto revolucionario, debe enviar a la burguesía y a su sistema capitalista al vertedero de la historia y erigir de sus cenizas el Socialismo. Debe aniquilar la dictadura del capital que sostiene el sistema de dominación de la burguesía y establecer la suya propia, la dictadura del proletariado, para defender el Socialismo. Los obreros solo podremos tener una vida digna y plena si nos hacemos con el poder, si asestamos el golpe de gracia al caduco sistema capitalista. Solo gozaremos de verdaderos derechos básicos si echamos a la burguesía, clase que nos oprime, e imponemos el Socialismo para avanzar hacia una sociedad justa, sin explotación y sin clases: el Comunismo.
Desde el Partido Comunista Obrero Español (PCOE), exigimos la dimisión inmediata del presidente de la República de Chile, Sebastián Piñera, por la despiadada represión policial y militar. También queremos trasladar nuestro más sentido pésame a los familiares y amigos de los que dieron su vida para proteger los derechos del pueblo de Chile. Finalmente, expresamos nuestro más enérgico apoyo a nuestros hermanos de clase, los trabajadores chilenos, y los animamos a que no abandonen la lucha y a que redoblen e intensifiquen sus esfuerzos para avanzar decididos hacia la toma revolucionaria del poder, hacia la destrucción del capitalismo y hacia la fundación del único sistema posible que garantice el bienestar de la clase trabajadora: el Socialismo.
¡Ni un paso atrás!
¡Viva la lucha de la clase obrera!
¡Por el Socialismo!
Secretaría de Relaciones Internacionales del Partido Comunista Obrero Español (PCOE)