¿Reivindicar a Lenin y a Gramsci a la vez? Javier Parra, otro malabarista en el alambre oportunista

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El Secretario General del PCPV-PCE, Javier Parra, escribía hace breves fechas un texto titulado “Un Partido para la Revolución. Volver a Lenin, rescatar a Gramsci” a modo de epílogo  de sus reflexiones  y  aportaciones al debate de cara al XX Congreso del PCE.

En dicho texto, de manera sintética, Parra ubica la ruptura del PCE con las tesis y el modelo leninista de partido en  la franja temporal de finales de la década de los 70s del siglo pasado e inicios de los 80s, o lo que es lo mismo, en pleno proceso de Transición señalando que el IX Congreso del PCE significó “la renuncia a la perspectiva revolucionaria y la decisión de considerar el escenario principal de acción política del Partido Comunista en el campo electoral” desglosando, de manera escueta los efectos de dicha ruptura o viraje para concluir reivindicando a Lenin y rescatando a Gramsci.

Para comenzar, debemos indicar que Javier Parra se equivoca al ubicar la ruptura del PCE con el leninismo en el IX Congreso, año 1978, donde renuncia expresamente. Sin embargo, esta abjuración del PCE con respecto al leninismo es mucho anterior de hecho.

En junio de 1956, el PCE hace una declaración titulada “Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español” en el que se señalaba “el Partido Comunista de España declara solemnemente estar dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los españoles, a terminar con la división abierta por la guerra civil y mantenida por el general Franco (…) fuera de la reconciliación nacional no hay más camino que el de la violencia (…) existe en todas las capas sociales de nuestro país el deseo de terminar con la artificiosa división de los españoles en “rojos” y “nacionales”, para sentirse ciudadanos de España, respetados en sus derechos, garantizados en su vida y libertad, aportando al acervo nacional su esfuerzo y sus conocimientos(…) El Partido Comunista de España, al aproximarse el aniversario del 18 de julio, llama a todos los españoles, desde los monárquicos, democristianos y liberales, hasta los republicanos, nacionalistas vascos, catalanes y gallegos, cenetistas y socialistas a proclamar, como un objetivo común a todos, la reconciliación nacional.”.

Abiertamente, el PCE en dicha declaración apostaba por la conciliación de clases y por la democracia burguesa, como se puede comprobar, en la última parte de la misma cuando señalaba “la ideología de la democracia cristiana es opuesta a la ideología del comunismo. Pero en los artículos publicados por Monseñor Zacarías de Vizcarra en “Ecclesia” y en algunas actitudes de jerarquías o católicos destacados hay un tono conciliante civil al hablar del Partido Comunista, que contrasta con los llamamientos a nuestro exterminio físico hechos por otros católicos en otros períodos. En dichos artículos no se plantea la lucha en el terreno de la guerra civil, sino en el terreno ideológico. Nosotros pensamos igualmente, que la discusión, la polémica, la lucha de clases, y no la violencia física, son las formas que deben utilizarse para dirimir las diferencias políticas ideológicas (…) La cristalización de un partido demócrata cristiano en España es un hecho que está produciéndose. Los comunistas y la democracia cristiana en otros países han colaborado en la lucha contra el fascismo e incluso han participado juntos en diferentes gobiernos, conviven dentro de la democracia parlamentaria. España no tiene por qué ser una excepción”; demostrándose que el PCE, ya en el 1956, abjuraba  del leninismo y apostaba, abiertamente, por la democracia burguesa en su llamada política de Reconciliación Nacional, por un proceso de Transición con 20 años de antelación. El oportunismo de derecha dominaba la Dirección del PCE y, por ello, se renunciaba al leninismo; pues renunciar a la Dictadura del Proletariado, a la destrucción del estado burgués como hacía el PCE en dicha declaración a favor de la Reconciliación Nacional en 1956 era renunciar de hecho al leninismo, algo que, realmente hizo de palabra en sus estatutos en 1978.  

Con lo que no es cierto lo que Javier Parra afirma cuando ubica en el IX Congreso del PCE el abandono del leninismo por parte de éste, uniendo la renuncia al centralismo democrático en el XIII Congreso –  también el PCE había renunciado mucho antes al centralismo democrático – implicando ambas cosas según Parra “la renuncia a la perspectiva revolucionaria y la decisión de considerar el escenario principal de acción política del Partido Comunista en el campo electoral.”. Volviendo a la declaración de junio de 1956, ya establecía el PCE el parlamentarismo burgués como terreno por donde debía discurrir la acción política “Los comunistas estamos sinceramente dispuestos a marchar por ese camino. Ello significa que nosotros no tratamos de imponer a nadie nuestra política y nuestras soluciones, por la fuerza y la violencia (…) Pero no es suficiente que la clase obrera y su Partido tengan esa disposición de ánimo. Es preciso que otras fuerzas y formaciones procedan del mismo modo. Ningún Partido político cuenta hoy con el apoyo de la mayoría de los españoles. La vida impone una política de coaliciones de fuerzas sobre la base de programas mínimos comunes. La vida impone encontrar un terreno en el que podamos convivir y donde cada uno pueda propugnar libremente sus ideas y soluciones. Y ese terreno, en esta situación concreta, no puede ser otro que la democracia parlamentaria.”.

La propia historia del PCE ha desmentido el análisis histórico realizado por Javier Parra, el eurocomunismo y, por consiguiente, la ruptura con el marxismo-leninismo, ya estaba impreso en las declaraciones del PCE desde 1956, así como en su práctica.

El eurocomunismo es oportunismo de derechas en tanto que fue un fenómeno que se dio  a nivel internacional, siendo los principales estandartes de dicho fenómeno el Partido Comunista Italiano, el Partido Comunista Francés y el Partido Comunista de España. Fundamentalmente los dos primeros  revisaron el marxismo-leninismo de tal modo que pudieran tejer corpus teórico, a todas luces oportunistas, que justificasen su renuncia al socialismo, que negasen el carácter inevitable de la revolución violenta, la  destrucción del estado burgués y a la Dictadura del Proletariado, mellando al partido del proletariado de su carácter revolucionario y desviándole a él, y con él, a la clase proletaria, de su objetivo: la destrucción del poder económico y político de la burguesía, para perpetuar el dominio de la burguesía, y de su estado a través de su democracia burguesa, de su parlamentarismo.  

El eurocomunismo se sustenta sobre dos ejes: en el plano teórico el revisionismo y, en el terreno práctico, el legalismo y el reformismo. La práctica legalista, ya en dicha declaración de junio de 1956 “Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español” se expresa abiertamente “la utilización de las posibilidades legales adquiere hoy una significación y una importancia práctica mayores. Porque esas posibilidades son mucho más amplias que hace unos años, pese a que no ha cambiado la letra de las leyes. Lo que ha cambiado es la disposición, la mentalidad, las opiniones de las gentes. Y  hoy en cualquier entidad social u organización se encuentran hombres discrepantes de la dictadura que están dispuestos a dar ciertos pasos. En un momento en que el régimen se desmorona, la más mínima posibilidad legal se amplia y puede facilitar acciones de considerable repercusión política.”.

Una vez queda demostrado que el PCE había roto de hecho con el marxismo-leninismo décadas antes del IX Congreso, en concreto desde el año 1956, procedemos a analizar la proclama de Parra: “Volver a Lenin, rescatar a Gramsci”.

Javier Parra señala que “volver a Lenin significa, para empezar, la aspiración de recuperar la perspectiva revolucionaria del Partido Comunista, teniendo en cuenta que las libertades de la democracia burguesa facilitan de momento la actividad del Partido y es posible plantear la toma del poder y es posible plantear la toma del poder parlamentario a través de las urnas. Ahora bien, la toma del poder parlamentario es absolutamente insuficiente para la transformación social y la construcción del Socialismo. Es necesario que seamos capaces de disputar la hegemonía en todos los frentes: el frente cultural, el movimiento obrero (donde se produce la contradicción principal), los movimientos sociales (donde se producen las luchas subalternas), el ejército y los cuerpos armados (decisivos ante una quiebra de la hegemonía dominante)… ”. Curiosa la forma de reivindicar a Lenin describiendo a Gramsci. Volver a Lenin debiera ser retornar a la senda del marxismo-leninismo, sin embargo, rescatar a Gramsci es rescatar al padre del eurocomunismo, tal y como señalaba, entre otros, Enrico Berlinguer.  En Mundo Obrero, en julio de 2014, en un artículo titulado “30 años sin Berlinguer”, del órgano de expresión del PCE, se señala que “Berlinguer era un comunista íntegro, que consideraba que la lucha por el socialismo era una apuesta vital, que la existencia de millonarios era directamente proporcional a la existencia de pobres, y que por ello esto era profundamente inmoral; que creía en la bondad de las ideas comunistas a la vez de que estas no podrían ponerse en práctica sino eran sustentadas en el acuerdo y el diálogo permanentes”; en ese mismo artículo, se recogen los siguientes párrafos: “Berlinguer lanzaba una política que colocaba a los/as comunistas italianos a la ofensiva, en la que proponía un gran pacto antifascista de los partidos democráticos italianos, que abriera un periodo de estabilidad democrática frente al intento de dar un golpe de Estado por parte de grupos neofascistas y elementos del aparato del Estado que utilizaban las mismas tácticas terroristas que se habían dado en Chile(…) Esa estabilidad democrática tenía como objetivo llevar a la práctica lo que Palmiro Togliatti definía como “reformas no reformistas”. A esta estrategia se le llamó la vía italiana al socialismo, la cual (al igual que la chilena) adaptaba la vía revolucionaria a una realidad occidental para alcanzar el socialismo en “democracia, pluralismo y libertad” como gustaba decir a Allende. Fue Indro Montanelli quien bautizó esta vía al socialismo como “Eurocomunismo”, definiéndola como un nuevo humanismo radical. Pero para Berlinguer no era una cuestión de etiquetas, sino que contenía una profunda convicción moral para el conjunto del movimiento comunista, porque para él, el marxismo era una crítica profunda de la economía burguesa a la vez que una crítica científica de la sociedad y del ser humano en ella. La influencia de Gramsci era patente”.

Parra reivindica a Lenin para, justo después, matarlo con Gramsci, con el marxismo occidental, con el Eurocomunismo como antaño hicieron los Claudín, Pasionaria, Carrillo, Berlinguer o Marchais.

Reivindicar a Lenin es reivindicar al Marxismo-Leninismo. Reivindicar a Lenin es reivindicar el materialismo dialéctico. Para Lenin la dialéctica es la doctrina de la relatividad del conocimiento humano, que nos la proporciona un reflejo de la materia en permanente transformación, movimiento aplicable a todo el universo, pues éste es material. Para el marxismo-leninismo la relación objeto–sujeto es independiente el uno del otro, en consecuencia, la dialéctica se entiende como el reflejo de los fenómenos  –ya sean naturales, sociales o económicos– que se desarrollan con independencia de la voluntad de los sujetos, de los hombres. Reivindicar a Gramsci, por el contrario, es reivindicar una dialéctica donde no hay separación entre el ser –objeto– y el pensamiento –sujeto-, obviando la teoría del reflejo.  Esta disparidad filosófica entre Lenin y Gramsci, entre el marxismo-leninismo y el marxismo occidental, engendra desviaciones. Para los marxistas-leninistas es el reflejo de la realidad objetiva y la percepción que hace el hombre del mismo lo que crea la conciencia; mas por el contrario, para el marxismo occidental, es el sujeto, el hombre el que porta la conciencia per se,  de tal modo que él, desde su subjetivismo más absoluto, puede construir la realidad futura, el socialismo, desde el capitalismo siempre que consiga la hegemonía en dicha sociedad, tal y como señalaba el artículo de 2014 de Mundo Obrero “las ideas comunistas a la vez de que estas no podrían ponerse en práctica sino eran sustentadas en el acuerdo y el diálogo permanentes”. El socialismo pues, no sería fruto de la lucha contrarios  sino del acuerdo y el diálogo, y por tanto, del entendimiento entre esos contrarios. Como se puede comprobar, la filosofía de Gramsci es ecléctica, entremezclándose el idealismo con el materialismo. Esta desviación de Gramsci, y del marxismo occidental, implica concepciones absolutamente contrapuestas al marxismo-leninismo y, en consecuencia, contrario a la ideología proletaria.

Volver a Lenin es reivindicar el rompimiento de la estructura económica, así como con la destrucción de la maquinaria del estado burgués e imponer la Dictadura del proletariado. Y no profundizar en la democracia burguesa donde el “supuesto” socialismo sea el resultado de un consenso de la sociedad. Una característica de Gramsci, y de sus seguidores,  es el etapismo, o el gradualismo en el paso del capitalismo al comunismo. Lenin, a este respecto es meridianamente claro en “El Estado y la Revolución”: “Las formas de los estados burgueses son extraordinariamente diversas, pero su esencia es la misma: todos estos Estados son, bajo una forma u otra, necesariamente una dictadura de la burguesía. La transición del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente, por menos de proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas políticas, pero la esencia de todas ellas será necesariamente una: la dictadura del proletariado.”. Volver a Lenin es volver a reconocer el carácter inevitable de la revolución violenta. 

En conclusión, Javier Parra se contradice al reivindicar a Lenin y a Gramsci, pues reivindica a la par una cosa – el materialismo dialéctico – y su negada – el eclecticismo y el subjetivismo-;  reivindica a la vez el etapismo y la transformación por consenso de la sociedad y su negado, la revolución violenta y la imposición de la dictadura del proletariado como única forma de transición del capitalismo al comunismo. En definitiva, nos encontramos con que, aquéllos que reivindican la necesidad de que el PCE retorne a la senda del marxismo-leninismo, la cual abandonó en la década de los 50s del siglo pasado, continúan haciendo los mismos ejercicios malabares que hacían sus antecesores oportunistas, defendiendo los mismos postulados y, sin duda alguna, Javier Parra es un fiel ejemplo de lo que advertimos.

 

F.J. Barjas

Secretario General del Partido Comunista Obrero Español (PCOE) 

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